miércoles, 20 de septiembre de 2023

Poesía: "Una cruz sencilla"

(Parroquia Inmaculada Concepción de Talagante)

Hazme una cruz sencilla,

carpintero…
sin añadidos
ni ornamentos…
que se vean desnudos
los maderos,
desnudos
y decididamente rectos:
los brazos en abrazo hacia la tierra,
el astil disparándose a los cielos.
Que no haya un solo adorno
que distraiga este gesto:
este equilibrio humano
de los dos mandamientos…
sencilla, sencilla…
hazme una cruz sencilla, carpintero.

Poesía de León Felipe (1884 - 1968)

domingo, 30 de julio de 2023

La Credencia ... humilde mesita, pero de gran ayuda


La credencia es un elemento esencial en el presbiterio, discreto pero necesario, donde se disponen todos los objetos requeridos para la celebración de la liturgia, ya sea la misa u otros sacramentos. Se trata de una mesa auxiliar cercana al altar. Antes de iniciar la misa, se colocan sobre ella la patena con las hostias, el cáliz con su purificador y corporal, los copones destinados a consagrar, las vinajeras con vino y agua, el lavabo con su jarra y plato para el lavado de manos, las bandejas para la comunión de los acólitos, y otros elementos necesarios.


Es fundamental respetar el significado sagrado del altar, por lo que, durante la misa, solo deben llevarse al altar aquellos objetos que sean necesarios en ese momento, retirando lo que ya no se utilizará. Por ejemplo, las vinajeras y el lavabo no permanecerán sobre el altar desde el ofertorio hasta el final de la misa. En situaciones en las que no haya acólitos y el sacerdote celebre solo, la credencia se acerca al altar para facilitar su manejo y evitar desplazamientos innecesarios. Sin embargo, existe una excepción permitida, que es cuando el sacerdote celebra sin fieles, pero con un ministro que puede preparar los vasos necesarios en la credencia o sobre el lado derecho del altar antes de la misa.


La Instrucción General del Misal Romano menciona en varias ocasiones la importancia de la credencia y su uso adecuado durante la liturgia de la misa. Es en la credencia donde se preparan y sitúan los elementos necesarios para la celebración de la misa antes mencionados.


Es válido purificar los vasos sagrados después de la comunión en la credencia o dejarlos cubiertos con un corporal en ese lugar y purificarlos después de la misa. Incluso se recomienda hacerlo en la credencia siempre que sea posible. En la misa con diácono, los vasos sagrados son llevados a la credencia al terminar la distribución de la Comunión, donde se purifican y arreglan adecuadamente.


En conclusión, la credencia es una mesa auxiliar práctica y útil que contribuye a respetar el misterio y la santidad del altar durante la liturgia. Su adecuado uso permite celebrar la misa de manera más ordenada y con mayor solemnidad, evitando la colocación innecesaria de objetos sobre el altar que podrían afectar su significado sagrado. Respetar y aprovechar la credencia es una manera de honrar el altar como el lugar central de la Liturgia Eucarística.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Recomendaciones para ser un buen lector en la misa


La lectura de la palabra es un servicio de gran importancia. Es un servicio litúrgico de quien sabiendo la importancia de lo que lee, sabe proclamar en público la Palabra de Dios sin arrogancia, ni protagonismo alguno. No todos pueden ni deben leer, porque no todos lo saben realizar adecuadamente.

Algunas recomendaciones para preparar dignamente este servicio. Como lectores, debemos poner todo nuestro ser a este ministerio dentro de la liturgia de la misa:

1. El lector debe entender la Palabra que proclama; si no la entiende, no puede darle el sentido que tiene. Primero debe ser oyente de esa Palabra, haberla leído antes, captado, rezado, y luego será el portavoz para la Iglesia.

2.- El lector debe tener clara conciencia de que en ese momento se convierte en portavoz de la Palabra de Dios, en su altavoz, para que todos escuchen la Revelación que se da. En consecuencia debe ser fiel transmisor de una Palabra que procede de Dios, escrita por los autores sagrados y cuyo último eslabón es el propio lector para que llegue esa Palabra a la Iglesia, aquí y ahora.

3.- Hay que tener especial cuidado con las palabras difíciles, nombres inusuales, estilo de la misma lectura (poético, narrativo, exhortativo, etc.), y por eso es bueno repasar ante las lecturas.

4.- El lector comunica la Palabra de Dios no sólo con las palabras pronunciadas correctamente, sino también con el convencimiento, el tono, el volumen, las inflexiones de voz según las frases. No es “hacer teatro", sino comunicar adecuadamente, porque es distinto leer para uno mismo que leer para los demás en alta voz haciendo que los oyentes y el propio lector se enteren bien de la lectura.

5.- La preocupación del lector debe ser que todos se enteren y escuchen bien la Palabra de Dios: para ello procurará leer despacio, alto y claro, con ritmo (ni demasiado lento que distrae, ni demasiado rápido que aturde), vocalizando, ya que el sonido llega más lento al oído del oyente. Para eso, además, hay que mirar que el micrófono esté encendido y a la altura adecuada para recoger la voz, sin pegarlo a la boca.

6.- Antes de comenzar, cerciorarse de que es la lectura correcta: el libro debe estar abierto, fijarse en el día de la semana en que se está o en qué fiesta o solemnidad. Se ha dado el caso de que el que ha leído en la misa anterior no ha dejado la cinta en su lugar adecuado, y el que lee en la siguiente Misa no se da cuenta y lee la lectura del día siguiente o del anterior. También esto es señal de que no se ha preparado antes la lectura ni se ha mirado el leccionario, tristemente.

7.- Al comenzar la lectura no se lee nunca lo que está en rojo, con tinta roja: “IV Domingo de Cuaresma", ni el orden de las lecturas tampoco se lee porque está en rojo: “Primera lectura", “Salmo responsorial", “Segunda lectura". Es decir, nunca se lee lo que esté escrito en letra roja, porque son indicaciones, no texto para leer en alta voz.

* Se comienza diciendo: “Lectura de…” y se termina haciendo una pequeña pausa con “Palabra de Dios”, no seguido, como si formase parte del texto, o leído como si fuera una pregunta “¿Palabra de Dios?", sino con tono de afirmación-aclamación: “Palabra de Dios". Como es una aclamación, y no una información, NO SE DICE: “Es Palabra de Dios", ni tampoco se dirá “Esto es Palabra de Dios".

8.- El salmo habitualmente debe ser cantado, o al menos, el estribillo o respuesta. Lo excepcional debería ser que se leyese, porque la naturaleza del salmo es la de ser un poema cantado, una plegaria con música. Si hay que leerlo, no se dirá “Salmo responsorial” (porque está escrito en rojo), sino directamente lo que todos van a repetir, por ejemplo: “Mi alma tiene sed del Dios vivo", dando tiempo a que los demás puedan responder después de cada estrofa. Ayudará mucho que el lector repita cada vez la respuesta para facilitar los fieles que la recuerden mejor.

9.- El Aleluya no se lee. Si no se canta, es mejor omitirlo porque es absurdo convertir una aclamación musical en algo fugaz leído en voz alta.

Finalmente, lo ideal será que en todas las Misas haya un lector y a ser posible un lector distinto para cada lectura. El salmista es el cantor del salmo; si no lo hay, mejor un lector distinto que aquel que haya leído la primera lectura.

El lector o los lectores deben acercarse dignamente al ambón para leer, sin carreras ni precipitación, con dignidad. Lo harán cuando los fieles hayan respondido “Amén” a la oración colecta que el sacerdote ha recitado, y no antes. Si son varios lectores, mejor que entonces vayan todos juntos, hagan inclinación profunda al altar al mismo tiempo, y suban a la vez hacia el ambón para evitar las idas y bajadas entre lecturas.

La mejor manera de aprender estas indicaciones y sugerencias es con la práctica. A ver si nos animamos a ofrecernos en nuestras parroquias para comenzar a participar de este hermoso servicio litúrgico al servicio de la palabra.

(De los apuntes del padre Javier Sánchez Martínez)

viernes, 10 de abril de 2020

El Incensario y Naveta en la Liturgia





Otro de los objetos que se utilizan en la celebración de la misa son el Incesario y la naveta. El primero recibe el nombre por el incienso que se quema en su interior. el segundo deriva de su forma de "nave", que presenta en algunas de versiones.

El incienso es una resina que, cuando se quema, emite un olor agradable. Esta resina se toma de la savia de las plantas de la familia terebintáceas.

En las Escrituras aparece el incienso varias veces con un significado de culto, honor y oración de sacrificio, además de los usos de aromatización y purificación.
Como culto aparece en la ofrenda de los Magos al niño Jesús (Mateo 2,11). Con ese incienso, los magos adoraron al niño Jesús, es decir le dieron un uso de culto.

Como honor también aparece en los regalos de los Magos al Señor. Cada uno de los obsequios resaltan una característica: oro porque es Rey, incienso porque es Sacerdote, y mirra porque es profeta, Cristo. Aquí vemos, por lo tanto, el uso de incienso como un honor hacia lo sagrado. Por eso la Iglesia usa incienso en honor a los sacerdotes, reliquias, imágenes e incluso las personas.

Finalmente, como oración y sacrificio, aparece en el salmo 141, en donde dice “Suba a ti, Señor, mi oración como incienso en tu presencia.”, y en el Apocalipsis se menciona que vino un ángel “que se ubicó junto al altar con un incensario de oro y recibió una gran cantidad de perfumes, para ofrecerlos junto con la oración de todos los santos, sobre el altar de oro que está delante del trono. Y el humo de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió desde la mano del Ángel hasta la presencia de Dios.

El incensario entonces es un pequeño brasero suspendido por cadenas, en la que se quema el incienso. También se le  llama turíbulo.

La Naveta es el complemento obligatorio del incensario. consiste en una caja, normalmente con tapa, que contiene el incienso. Siempre va acompañada de una cuchara con la que se pone el incienso en el incensario o turíbulo.

Ahora que conocemos el uso de estos elementos litúrgicos y su fundamentación bíblica, veremos con "otros ojos" el humo que sale de estos en la celebración de la misa .. es como si pudiéramos "ver" nuestra oración que sube hasta Dios mismo.

domingo, 15 de septiembre de 2019

LA CONMIXTIÓN

Este gesto que hace el sacerdote antes de la comunión, y que consistente en dejar caer una pequeña partícula del pan consagrado en el cáliz, se llama conmixtión (com-misceo) que significa mezclar una cosa con otra. Mientras este gesto, el sacerdote pronuncia estas palabras: “El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna”. La Ordenación General del Misal romano (OGMR), en su punto 83, señala que: “el sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra salvadora, es decir, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso”.

Este rito viene desde la antigüedad, siglo V aproximadamente, y su significado no se conoce con total precisión. Lo más probable, y tal como el Misal pone, hace referencia a que Cristo se nos da en plenitud, en cuerpo y sangre. La consagración, que se ha hecho por separado para el pan y el vino, podría dar la impresión de una cierta disociación sacrificial. Su unión en el cáliz manifiesta la unidad vital de su persona.

Nunca deberíamos olvidarnos de que en la mezcla del pan con el vino, desde tiempos antiguos, se expresaba la acción unitiva de la Eucaristía, por encima de las distancias, y ahora, además, nos debe recordar la unidad interna del sacramento bajo las dos especies y el simbolismo de la unión entre las diversas Iglesias particulares, locales o diocesanas y las iglesias parroquiales.

La Santa Misa es de una riqueza simbólca tal en su contenido, que sobrepasa absolutamente todo entendimiento humano. Así, lo que podríamos considerar un detalle, echar una partícula en el caliz que contiene la sangre de Cristo, tiene un tremendo contenido teológico, que edifica la espiritualidad de quienes participan en la misa de manera activa, conciente y fructuosa.

miércoles, 19 de junio de 2019

Objetos Litúrgicos: LA PALIA

De los objetos litúrgicos que utilizamos para celebrar la santa misa, los hay que no ofrecen especiales dudas de identificación para el común de los fieles que asisten a las celebraciones. Palabras como cáliz, patena o vinajeras son de uso bastante común y no suelen tener mayores complicaciones.
Otra cosa es si nombramos a otros como como píxide (portaviático), manutergio, viril, fístula o palia. Pero ahí están y su sentido tienen o tenían. En esta oportunidad explicaremos brevemente que es la PALIA:

La palia es un trocito de tela, puede ser cuadrado o rectangular, generalmente almidonado para dar consistencia, o reforzado en su interior con cartón, que se utiliza para tapar el cáliz durante la misa, y que se quita tan solo en el momento de la consagración, en la doxología final de la plegaria eucarística y en el momento de la comunión con el sanguis.
La razón de la palia está en proteger el vino de polvo, insectos o cualquier otro añadido indeseable.Los hay en algunas parroquias de un exquisito valor y arte.
Objetos como la palia nos hacen comprender el valor de algunos objetos litúrgicos que hoy nos pueden parecer reliquias del pasado pero que no dejan de tener un sentido, incluso práctico para el día de hoy.
En las siguientes publicaciones iremos explicando el nombre, significado y sentido de los objetos litúrgicos que se ocupan en la celebración de la santa misa.

domingo, 6 de marzo de 2016

13 Excusas que damos para no ir a misa ...

¿PARA QUIÉN SON ESTAS LINEAS?

Posiblemente pertenezcas a una de estas tres categorías de personas:

a) Católico que ibas a Misa con tus padres cuando eras pequeño y un día, durante la adolescencia, dejaste de ir. Fue porque entraste en una crisis: era tiempo de dejar de ir sólo porque tus padres iban y no llegaste a entender por qué debías ir. Estas líneas son para ti.

b) Católico que nunca fuiste a Misa de modo constante. Quizá ni siquiera sabías de la obligación de asistir todos los domingos. Te parece hasta curioso o exagerado que la Iglesia pretenda esa práctica para todos. Estas líneas también son para ti.

c) Católico que va a Misa y, siguiendo la llamada del Papa, quiere ayudar a muchos a volver a sentir la necesidad de esta práctica tan esencial de la vida cristiana. Eres consciente que si cada católico consiguiera por año que un católico no practicante volviera a la práctica de los Sacramentos, conseguiríamos una verdadera revolución en la Iglesia. Estas líneas quieren aportarte algunas ideas que te ayuden en esta tarea.

Motivos comúnmente aducidos para no ir a Misa

1. Pereza.
“Prefiero quedarme durmiendo”. En realidad los motivos que siguen son sólo excusas para cubrir este primero. No parece que sea un motivo muy racional, meritorio o valioso.

2. No tengo ganas/No lo siento.
¿Desde cuándo tus ganas son ley que hay que obedecer? ¿Es que tus ganas son más importantes que la voluntad de Dios? Además a Misa no vas porque a ti te guste, sino para agradar a Dios. Se va a Misa a honrar a Dios y no a honrarte a ti. Y si te cuesta… ¿acaso Dios no merece ese sacrificio que incluso hace más valioso y meritorio el acto?

3. Me aburro.
La acusación más frecuente contra la Misa es que es aburrida. Refleja bastante superficialidad, en cuanto que a Misa no vamos a divertirnos. Y es un problema personal, en cuanto que no parece que Dios sea aburrido -es la perfección absoluta-. Además si tanta gente va a Misa con gusto, algunos incluso todos los días, será que algo le ven que a ti se te escapa. La solución será descubrir qué tiene la Misa para que los cristianos la consideren tan importante.

4. Es siempre lo mismo.
Si se tratara de una obra de teatro o de una película, estaría absolutamente de acuerdo contigo. Pero no es una representación teatral. Es algo vivo, que pasa ahora. No eres (al menos no deberías ser) un espectador. Eres partícipe. Imagináte que alguien dejara de asistir a un asado porque en los asados siempre pasa lo mismo… (perdón a la Santa Misa por la comparación).

5. Desinterés.
Las cosas de Dios no me interesan. Si Dios te da igual, tienes un grave problema. Habrá que ver como solucionar la falta de apetencia de lo divino que te hace no apto para el cielo.

6. No tengo tiempo.
No parece que lo que te pide Dios -1 de las 168 horas de la semana- sea una pretensión excesiva. En concreto, quien te creó, te mantiene en el ser y te da lo que te queda de vida -y sólo El sabe de cuánto se trata- se merece el 0,59% del tiempo que Él te da. Si no tienes tiempo para Dios, ¿para quién lo vas a tener?

7. Otros planes mejores.
No parece que a Dios le interese competir con el fútbol, peroles, cine… No te olvides que el primer mandamiento es “amar a Dios sobre todas las cosas”. Si tienes otros planes que te importan más que Dios, quizá el problema más que en el tercer mandamiento está antes en el primero.

8. Tengo dudas de fe.
La fe es un don de Dios, con lo cual hay que pedirla. Alejarte de Dios dejando de ir a Misa, no parece el mejor método para resolver dudas de la fe e incrementarla. La frecuencia de sacramentos -confesión y comunión- es la más efectiva manera de aumentar la fe.

9. Estoy enfadado con Dios.
“Hubo algo que pasó en mi vida (la muerte de un ser muy querido, un fracaso muy doloroso, una enfermedad o cualquier otra tragedia) que me hizo enfadarme con Dios: si Él me hace esto… ¿por qué yo voy a ir a Misa? Es la manera de mostrarle a Dios mi disconformidad con la forma de tratarme”. Hay quienes dejan de ir a Misa como una manera de vengarse de Dios. Pero, en los momentos de dolor ¿no será mejor refugiarnos en Dios y buscar su fortaleza más que reaccionar como un chiquito caprichoso de tres años? Él sabe mas… Además, acusar de maltratarnos a quien más nos quiere y murió por nosotros … ¿no será demasiado? ¿No seré yo el que pierdo… alejándome de Dios?

10. “Hay gente que va y después se porta mal”.
“Yo no quiero ser como ellos”, decís seguro de ti mismo. “Además, hay otros que no van, y son buenos”. Es evidente que ir a Misa sólo no basta. Pero, no se puede mezclar el hambre con las ganas de comer, ya que las dos cosas no tienen nada que ver. En aquellos que van y después no son honestos, lo que es malo es ser deshonestos, no el hecho de ir a Misa, que sigue siendo algo bueno aunque ellos después se porten mal. Además, la causa de su supuesta deshonestidad no es el ir a Misa. Lo mismo se puede decir de los “buenos” que no van a Misa: su “bondad” no procede de su falta de Misa y tan “buenos” no serán si les falta una dimensión tan importante de bondad como la bondad misma, es decir Dios. Por otro lado, yo creo que nadie en el mundo se atrevería a decir que los que no van a Misa son mejores que los que van. Finalmente, esto no es un concurso de bondad, ni comparaciones, sino tratar de determinar cuán bueno es ir a Misa. Y claramente, el dejar la Misa no mejora a nadie, en todo caso lo empeora.

11. No me he confesado y entonces no puedo comulgar.
No es necesario comulgar, ni hay ninguna obligación de hacerlo. No comulgar no es pecado; no ir a Misa, sí. Además el problema se solucionaría bastante fácilmente con una breve confesión…

12. Llevarle la contraria a mis padres.
Ofender a Dios para hacer sufrir a tus padres no parece una actitud muy inteligente.

13. El cura me cae mal.
Por mal que te caiga el cura, no vas a Misa para darle el gusto, ni para hacerle un favor. Él no gana ni pierde nada con tu asistencia o ausencia. El que gana o pierde, eres tú: tu amor a Dios.

LOS MOTIVOS BÁSICOS PARA IR A MISA

Sentando la base de que casi siempre el comenzar a faltar a Misa el domingo responde a una actitud caprichosa, a la que es muy difícil refutar -precisamente por su falta de racionalidad- aquí tienes unas consideraciones sobre el precepto dominical y la importancia de la Misa en tu vida. Está escrito para personas con fe.

1. Porque Dios es tu Creador y debes dedicarle un tiempo semanal a Él.
Es la manifestación de vivir centrado en Dios y en la salvación: vivir el año centrado en la Pascua; la semana, en el domingo; el domingo, en la Misa. No importa cuánto te aburras, tu Creador ha dispuesto que un día de la semana sea para Él: “Acuérdate da santificar el día sábado. Los seis días de la semana trabajarás y harás todas tus labores. Mas el séptimo es sábado, consagrado al Señor tu Dios” (Exodo 20,8-10). Y parece que tiene derecho a tu obediencia. Faltar sería una desobediencia evidente y frontal (decirle a Dios “no te quiero dar mi tiempo”). Y más allá de la obediencia… Dios se lo merece.

2. Porque como miembro de la familia de Dios, debes rendir culto a Dios de acuerdo a tu naturaleza, junto a tus hermanos.
Esto exige que el culto a Dios no sólo sea interior (en tu corazón) sino también exterior (que los demás vean tu fe) y comunitario (dar culto unido a tus hermanos). Es decir, que te reúnas con otros para adorar juntos a Dios. Más allá de tus gustos personales, asistes a Misa no por ti mismo (porque te guste) sino para mostrar tu reverencia al Omnipotente en comunión con los demás. Nuestra relación con Dios tiene una dimensión comunitaria. No basta rezar solo, tampoco en familia, hace falta hacerlo unidos a nuestros hermanos en la fe. En este sentido es un acto de comunión con nuestros hermanos en la fe: compartir lo más importante que tenemos: la Eucaristía, es decir, Cristo mismo. En este sentido, faltar a la Misa sería un desprecio a tus hermanos y una falta de unidad.

3. Porque tienes que obedecer a la Iglesia.
No es cuestión de un capricho del Papa, sino de una necesidad. En el siglo IV, la Iglesia se vio obligada a imponer este precepto para garantizar a sus fieles el mínimo de vida eucarística que necesitan. Tú eres consciente de la importancia que la Sagrada Escritura da a la obediencia… (cfr. Adán y Eva, diluvio, Abraham, Saúl…). Desde esta perspectiva, faltar a Misa es una acto de rebeldía.

4. Porque si no fueras, cometerías un pecado mortal
Y no creo que te quieras ir al infierno por esto. Como sabes, hay un precepto que obliga a los bautizados a asistir a Misa los domingos y fiestas de precepto. Es una obligación grave, de manera que su incumplimiento es una falta grave. No te olvides que un día te morirás y te encontrarás a ese Dios a quien ahora estás tentado de ignorar, para darle cuenta de tu vida.

5. Porque necesitas de la Eucaristía para vivir una vida realmente cristiana.
Es una necesidad vital, de manera que sin la Eucaristía semanal, no te darían las fuerzas espirituales para vivir como un hijo de Dios.

6. Porque sin la Eucaristía no tendrías acceso a la vida eterna.
Jesús no dejó lugar a dudas: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre”; “en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo de Dios y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros”; “el que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna” (cfr. Juan 6,30-58)

7. Porque Jesús te invita a su mesa y sacrificio.
Él lo mandó explícitamente a sus discípulos al instituir la Eucaristía: “Haced esto en memoria mía”. Asistir a Misa no es más que cumplir este mandato del Señor. Y no es sólo una memoria histórica, es una memoria que lo hace presente. Jesús te invita y se te entrega. No responder, ser indiferente a su llamada, sería un desprecio bastante considerable.

8. Porque viviendo en una sociedad que, en muchos aspectos no es cristiana, la Misa es la primera manera de defender, robustecer y manifestar nuestra fe.
Es necesaria para “proteger” tu espíritu del materialismo sofocante que nos rodea: que tu espíritu pueda al menos una vez a la semana “respirar” un aire espiritual. Además, es el primer testimonio cristiano: los demás necesitan tu ejemplo. ¿Te das cuenta qué testimonio de fe da a los que no creen, quien dice creer y muestra no valorar lo que cree?

9. Porque es mucho mejor ir que no ir.
Puede parecer tonto, pero para quien aspira a lo mejor, bastaría sólo este motivo. Yo no creo que haya un plan más santo y santificante para el domingo.
La contradicción del católico no practicante. Y cómo se llega a serlo
Pocas cosas hay más inconsistentes que el llamado “católico no practicante”. Es prácticamente una contradicción de términos. A veces, uno escucha a alguien decirlo de sí mismo, incluso hasta con cierto acento de orgullo. Es decir, como si fuese una variedad normal de católico, una opción más, como si se pudiera ser un “buen católico” no practicante.

Pero si lo piensas, en realidad es un término bastante negativo, que tiene poco de honroso para quien se lo auto-atribuye, ya que significa “un católico que no vive como católico”, “un católico que no es un buen católico”, “un católico que no parece católico”, “un católico que no vive lo que cree” o “que piensa que no vale la pena vivir lo que cree”, “cuya fe no es lo suficientemente grande como para vencer su pereza”, “un católico que piensa que su fe no es tan importante como para vivirla”; “que piensa que da igual vivir que no vivir su fe”, etc.

Un católico que vive como si no lo fuera, que permanece siendo católico sólo en el campo teórico, va perdiendo también la fe, su adhesión a la doctrina católica. Y estos es así, en primer lugar, porque la va olvidando. Es cada vez menos católico. Se cumple lo de San Agustín: “el que no vive como piensa, termina pensando como vive”. Su relación con Dios llegará a reducirse a compromisos sociales (bautismos, bodas, primeras comuniones, confirmaciones, funerales…) y necesidades (salud, dinero, trabajo) que sean tan imperiosas como para hacerle acordar que Dios existe y que uno debe dirigirse a Él.

Un problema serio de dejar de ir a Misa, es que significa el comienzo de una religiosidad centrada en uno mismo, en la que lo que Dios manda deja de ser la regla, para ser reemplazado por lo que yo siento, pienso, me cae bien, etc. Una religiosidad frente al espejo. Uno ha dejado de ponerse frente a Dios para ponerse frente a sí mismo. Como consecuencia de abandonar esta cita semanal con lo sagrado, comienza un proceso de insensibilización espiritual: la espiritualidad se va secando, el terreno del alma se va volviendo cada vez más árido para las cosas de Dios, que cada día mueven menos, aburren más, etc. Pecados que antes preocupaban, dejan de preocupar, cada vez son más los días que no reza nada. El alma se va volviendo indiferente, pierde sensibilidad espiritual. Y esto sucede poco a poco. Quien deja de ir a Misa, al principio puede tener la impresión de que no ha pasado nada, de que todo sigue igual, pero no es así. Ha dejado de ser teocéntrico, de vivir centrado en la Eucaristía semanal. Ha desplazado a Dios del centro y esto se paga. Es como el pecador a quien puede parecer que su pecado no tiene consecuencias, pero tarde o temprano descubre que de Dios nadie se burla. Que sí tiene serias consecuencias dejar a Dios.

En el camino para ser un católico no practicante, el punto central es el abandono de la Misa dominical. Nunca encontrarás un motivo positivo para dejar de ir a Misa, que sea virtuoso, es decir que provenga de algo valioso, que dé valor al acto de no ir, que demuestre que es mejor no ir que ir.

Lamentablemente, casi nadie ha dejado de ir a Misa por una decisión serenamente meditada, después de haber pensado y estudiado el asunto, racionalmente decidido que era mejor no ir. Es decir, casi nadie decide dejar de ir a Misa. Lo que pasa es que de hecho se deja de ir, sin saber bien porqué.

El error es bastante común: se deja de ir un domingo por dejadez y pereza, o porque le daba vergüenza confesarse; y como no se confesaba, no podía comulgar; y como no comulgaba se sentía mal en Misa; y como se sentía mal y le daba no sé qué no comulgar, dejó de ir. Y después otro domingo, y uno se acostumbra a no ir, casi sin darse cuenta, y al final algunos tratan de justificar el incumplimiento de este deber básico del cristiano. El argumento final y definitivo para tapar la boca de la madre que insiste para que vayas a Misa es “¡Déjame en paz, vieja!”, lo que no parece un argumento muy convincente. No se quiere por nada del mundo que a uno le recuerden el tema… Es normal que muchos quieran no cumplir y olvidarse de que deberían…
Seriamente, ¿te has puesto a pensar qué es lo que Dios quiere que hagas? Si el domingo se te apareciera un ángel y le preguntaras ¿que hago, voy a Misa o me quedo viendo una película? ¿Qué piensas que te contestaría?
Está claro que el más interesado en que no vayas a Misa es el Demonio… De esto no cabe duda.

¿Cómo conseguir pasarlo bien en Misa?

1. El sistema básico consiste, primero, en ir a Misa: nunca nadie ha conseguido valorar la Misa a base de no ir.

2. El segundo punto consiste en tratar de vivir la Misa. Es decir, dejar de estar como una estatua y comenzar a estar atento, responder, rezar, cantar, evitar las distracciones, etc. Es decir, que “gozar” la Misa depende más de ti que de la Misa.

3. Estudiar. No se ha inventado otro sistema para aprender lo que uno no sabe. Para gozar la Misa hay que entenderla, para entenderla hay que saber qué es. Hay muchísimos libros y folletos que los encontrarás en cualquier librería. Y además, tienes los webs católicos como éste en Internet para informarte sin salir de casa.

4. Leer y meditar los textos de la Liturgia. Tiene una riqueza inagotable, de manera que nadie que medite las partes y oraciones de la Misa puede aburrirse. Es absolutamente imposible. No se encuentra un límite, de manera que siempre se les puede sacar nuevos sentidos, matices, dimensiones, etc.

5. Prepararse. Hay oraciones para preparar el corazón para tan importante encuentro con Dios.

PIDAMOS A LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN QUE POR INTERCESIÓN SUYA NOS CONCEDA LA GRACIA DEL AMOR Y PERSEVERANCIA A LA SANTA MISA.

(Fuente: Carlos Sanz - Parroquia Purísima Concepción de Fuente Palmera - www.parroquiaviva.org)

 
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