domingo, 13 de diciembre de 2020

Recomendaciones para ser un buen lector en la misa


La lectura de la palabra es un servicio de gran importancia. Es un servicio litúrgico de quien sabiendo la importancia de lo que lee, sabe proclamar en público la Palabra de Dios sin arrogancia, ni protagonismo alguno. No todos pueden ni deben leer, porque no todos lo saben realizar adecuadamente.

Algunas recomendaciones para preparar dignamente este servicio. Como lectores, debemos poner todo nuestro ser a este ministerio dentro de la liturgia de la misa:

1. El lector debe entender la Palabra que proclama; si no la entiende, no puede darle el sentido que tiene. Primero debe ser oyente de esa Palabra, haberla leído antes, captado, rezado, y luego será el portavoz para la Iglesia.

2.- El lector debe tener clara conciencia de que en ese momento se convierte en portavoz de la Palabra de Dios, en su altavoz, para que todos escuchen la Revelación que se da. En consecuencia debe ser fiel transmisor de una Palabra que procede de Dios, escrita por los autores sagrados y cuyo último eslabón es el propio lector para que llegue esa Palabra a la Iglesia, aquí y ahora.

3.- Hay que tener especial cuidado con las palabras difíciles, nombres inusuales, estilo de la misma lectura (poético, narrativo, exhortativo, etc.), y por eso es bueno repasar ante las lecturas.

4.- El lector comunica la Palabra de Dios no sólo con las palabras pronunciadas correctamente, sino también con el convencimiento, el tono, el volumen, las inflexiones de voz según las frases. No es “hacer teatro", sino comunicar adecuadamente, porque es distinto leer para uno mismo que leer para los demás en alta voz haciendo que los oyentes y el propio lector se enteren bien de la lectura.

5.- La preocupación del lector debe ser que todos se enteren y escuchen bien la Palabra de Dios: para ello procurará leer despacio, alto y claro, con ritmo (ni demasiado lento que distrae, ni demasiado rápido que aturde), vocalizando, ya que el sonido llega más lento al oído del oyente. Para eso, además, hay que mirar que el micrófono esté encendido y a la altura adecuada para recoger la voz, sin pegarlo a la boca.

6.- Antes de comenzar, cerciorarse de que es la lectura correcta: el libro debe estar abierto, fijarse en el día de la semana en que se está o en qué fiesta o solemnidad. Se ha dado el caso de que el que ha leído en la misa anterior no ha dejado la cinta en su lugar adecuado, y el que lee en la siguiente Misa no se da cuenta y lee la lectura del día siguiente o del anterior. También esto es señal de que no se ha preparado antes la lectura ni se ha mirado el leccionario, tristemente.

7.- Al comenzar la lectura no se lee nunca lo que está en rojo, con tinta roja: “IV Domingo de Cuaresma", ni el orden de las lecturas tampoco se lee porque está en rojo: “Primera lectura", “Salmo responsorial", “Segunda lectura". Es decir, nunca se lee lo que esté escrito en letra roja, porque son indicaciones, no texto para leer en alta voz.

* Se comienza diciendo: “Lectura de…” y se termina haciendo una pequeña pausa con “Palabra de Dios”, no seguido, como si formase parte del texto, o leído como si fuera una pregunta “¿Palabra de Dios?", sino con tono de afirmación-aclamación: “Palabra de Dios". Como es una aclamación, y no una información, NO SE DICE: “Es Palabra de Dios", ni tampoco se dirá “Esto es Palabra de Dios".

8.- El salmo habitualmente debe ser cantado, o al menos, el estribillo o respuesta. Lo excepcional debería ser que se leyese, porque la naturaleza del salmo es la de ser un poema cantado, una plegaria con música. Si hay que leerlo, no se dirá “Salmo responsorial” (porque está escrito en rojo), sino directamente lo que todos van a repetir, por ejemplo: “Mi alma tiene sed del Dios vivo", dando tiempo a que los demás puedan responder después de cada estrofa. Ayudará mucho que el lector repita cada vez la respuesta para facilitar los fieles que la recuerden mejor.

9.- El Aleluya no se lee. Si no se canta, es mejor omitirlo porque es absurdo convertir una aclamación musical en algo fugaz leído en voz alta.

Finalmente, lo ideal será que en todas las Misas haya un lector y a ser posible un lector distinto para cada lectura. El salmista es el cantor del salmo; si no lo hay, mejor un lector distinto que aquel que haya leído la primera lectura.

El lector o los lectores deben acercarse dignamente al ambón para leer, sin carreras ni precipitación, con dignidad. Lo harán cuando los fieles hayan respondido “Amén” a la oración colecta que el sacerdote ha recitado, y no antes. Si son varios lectores, mejor que entonces vayan todos juntos, hagan inclinación profunda al altar al mismo tiempo, y suban a la vez hacia el ambón para evitar las idas y bajadas entre lecturas.

La mejor manera de aprender estas indicaciones y sugerencias es con la práctica. A ver si nos animamos a ofrecernos en nuestras parroquias para comenzar a participar de este hermoso servicio litúrgico al servicio de la palabra.

(De los apuntes del padre Javier Sánchez Martínez)

 
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