Los padres, al recibir el hijo e hija como un don, deciden que su niño o niña entre en el mundo habitado por Dios. Un mundo profundo y maravilloso para quien tiene ojos para ver.
El niño bautizado entra así en un universo que está bajo la mirada de Dios. El Bautismo no es sencillamente un rito externo, sino una fuerza interior. El niño bautizado adquiere la posibilidad de creer en Dios, de amarlo y de servirlo, desde el mismo momento. A su manera, pero verdaderamente, puede amar a Dios y enseñar a los padres a amarlo. Puede también descubrir y contemplar a Dios en el mundo, con fuerza e interioridad.
A medida que el niño crece, la familia y la comunidad eclesial están presentes en las elecciones del niño y niña como señales del amor de Dios y de sus llamada.
Se espera que los padres encuentren siempre en la comunidad la fuerza para continuar y cumplir con su compromiso de educar en la fe a sus hijos.
(Equipo Nacional de Pastoral de la infancia - Conferencia Episcopal de Chile)
0 comentarios:
Publicar un comentario